El almendro es muy apreciado por sus preciosas y ornamentales flores.
En los tiempos medievales se consumían muchas almendras, como puede verse examinando las cuentas domésticas de la reina de Francia, Jeanne d’Evreux, cuya corte consumió 500 libras en 1372.
Se popularizó la costumbre de comer almendras saladas posiblemente debido a la creencia de que impedían la borrachera.
Sobre el origen de este árbol existe una leyenda de pasión y tragedia.
Phyllis, joven y graciosa reina de Tracia, se casó con el noble Demophoon; estaban locamente enamorados.
Poco después de los desposorios el joven fue llamado a Atenas a la muerte de su padre y prometió volver antes de un mes.
Al no hacerlo en el plazo señalado, su joven esposa, desesperada, murió y se transformó en almendro.
Cuando su enamorado esposo volvió y descubrió la terrible verdad, corrió a abrazar el árbol desnudo y deshojado, que expresó el amor inmortal que su mujer le tenía floreciendo en aquel mismo instante.
El almendro se cultiva en toda la zona mediterránea y llega a medir hasta 7,6 m.
Sus hermosas y características flores rosadas brotan antes que las hojas y van seguidas de la aparición de los aterciopelados frutos.
El aceite de almendras es uno de los aceites más antiguos de la cosmética y ha sido usado por muchas bellezas célebres.
Es tan eficaz que sigue siendo uno de los ingredientes principales de muchos preparados comerciales de varios tipos.
Con él se elaboran cosméticos caseros a la medida de las necesidades de cada piel.
A base de friegas faciales y mascarillas se pueden eliminar las manchas, puntos negros y poros abiertos de un cutis estropeado.
Si tienes la piel dañada por el sol y te estás pelando, puedes suavizarla e hidratarla con bálsamos y cremas de almendras enriquecedores.
Son muy pocas las mujeres que tienen el cutis completamente impecable, e incluso estas deben limpiárselo y cuidárselo día a día.
lunes, 14 de diciembre de 2009
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